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Convirtiendo el miedo en enojo

20 jun 2022, 12:32

Así que después de enfrentar uno de mis más grandes miedos. Fui presentado con el reto de que no podía perder en una pelea o de lo contrario, habría de sufrir las consecuencias. Estaba claro, mi abuela tenía toda mi credibilidad. Ella no necesitaba alzar la voz para intimidarme. De hecho su advertencia la hizo en un tono de voz mucho más bajo del normal. El niño que era entonces no sabía cómo explicar la severidad que sentí en esas palabras.

La segunda mitad de mi escuela primaria la pasé –gracias a Dios– en una escuela pública, muy cerca de la casa de mi abuela. Era mi deber ir a la escuela por mi propia cuenta, había dos formas de llegar. Cualquiera de ellas me llevaba por caminos parcialmente construidos y siempre habría de pasar por terracería mientras subía aproximadamente 40 metros lineales sobre el cerro.

Mi educación hasta el momento había consistido primordialmente en programas de televisión. Lo digo de está manera no por culpar al sistema educativo privado de algo. Sino debido a que cuando era niño era muy distraído y vivía en un mi mundo interior. Mi madre llegó a pensar que era autista –afortunadamente no teníamos dinero suficiente para doctores especializados, así que no lo hizo peor–.

Lo que más recuerdo de la primera parte de mi educación primaria, es que en 3er año, la madre Pilar –sí, estaba en un colegio de monjas–, en su desesperación de alcanzar mi conciencia, mientras yo claramente la estaba ignorando; en un viaje mental de esos que solía tener cuando niño; para despertarme me ha dado el que hasta ese momento sería el jalón de patillas más brutal de mi vida –aunque no el último–.

De pronto, escuche su voz. Entendí que estaba tratando de explicarme algo y que quería que le pusiera atención. Esa acción –la cuál le confesó a mi madre–, me aterrizo. Como si hasta ese momento hubiese sido yo un globo de helio flotando por la vida. Ese jalón de patillas me hizo tomarla en serio. Y poner atención cuando ella hablaba. Para sorpresa mía –y de todo el mundo a mi alrededor–, en cuestión de meses pasé de ser un alumno de 5s a un alumno de 9s y algunos 10s.

Pero como muchas veces en la vida. Un cristal en la economía se rompe, y terminamos sin poder pagar las cosas que queremos. Así mismo pasó con la capacidad de mi madre para pagar mi escuela privada.

Yo no estaba hecho para una escuela pública. En especial cuando lo sientes como un bajón en categoría. Estoy seguro de que mi escuela de monjas no era de ninguna forma lujosa. Pero en retrospectiva parecía palaciego.

Antes ya les he dicho que crecí con muchos miedos cuando era niño. Lo que no les he dicho, y no sé hasta dónde llega, si nací con ello, o si es un comportamiento aprendido. A pesar de mis miedos siempre fui un niño muy argumentativo e inquisitivo. La segunda es parte de mi curiosidad natural. Pero la primera. Es una necesidad de tener razón que es incómoda para la mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo. Era pues, lo que en mi casa se determinaba como “muy hocicón”.

Esta combinación casi mortal de factores, me hacía un blanco para los otros chicos que se sentían insultados por mi osadía –y a menudo los insultaba con mis palabras–. Entonces la segunda parte de mi educación primaria no pasó con menos de 10 peleas. Perdí la primera, y las otras simplemente no perdí. No quiero pretender que soy bueno para algo que claramente nunca he sido.

Ese cambio de ambiente. El tener que “defenderme”. Ese miedo de decepcionar a mi abuela. Me hicieron mucho más combativo. No menos. Y si ya era inquisitivo y argumentativo. Me hice aún mejor en ambas cosas.

Afortunadamente eso también siempre llegó con mi necesidad de conectar con otras personas. Con los valores que mi abuela me inculcó, así que en lugar de crear un mounstrito. Se fueron poniendo ahí los cimientos en los que después habría de levantar el edificio de mi personalidad.

El coraje, el enojo. Es una emoción que siempre viene del miedo.

Es importante notar y saber esto con claridad. Yo empecé a convertir mis miedos en coraje a muy temprana edad en mi vida, y lo seguí haciendo hasta muy entrados mis 30s. De hecho, es un comportamiento tan aprendido que me queda la duda de si alguna vez podré abandonarlo por completo.

Dicen por ahí, que para muestra basta un botón. Aquí te pongo uno de los míos. Yo suelo ser argumentativo, debido a que no acepto que me mientan. No me importa si la mentira es engañosa, o simplemente incorrecta. Me molesta que me mientan.

¿De dónde viene esa molestia? Obviamente de “un miedo”. ¿Cuál es ese miedo? En mi caso. El miedo a que me quieran tomar el peló. Ya sabes, cuando le mientes a alguien para después burlarse a sus expensas.

Este miedo a que me tomen el pelo se convierte en enojo, enojo que usó para impulsar mis argumentos y mis cuestionamientos. Ahora que sé que ese coraje viene de un miedo. Lo puedo controlar más. Porque puedo controlar mis miedos.

Gracias por acompañarme una vez más querido lector; como siempre te deseo que lo divino te llene de bendiciones a ti y a quienes amas, nos vemos la próxima.